sábado, 30 de noviembre de 2013

El saber tradicional y los gorriones de los árboles.

A lo largo de los siglos las diferentes culturas humanas han ido acumulando una serie de saberes que les han permitido sobrevivir e incluso desarrollarse. Un buen ejemplo lo encontramos en todos los conocimientos agrícolas que los campesinos poseían antaño, basados en observaciones concretas y transmitidos de padres a hijos. Así, aunque sus conocimientos no tuvieran carácter "técnico", eran lo bastante buenos para hacer brotar cultivos de la tierra o sacar aceptables productos del ganado.

En la actualidad, en las sociedades modernas los conocimientos científicos han substituido a los tradicionales, y los ingenieros agrónomos idean nuevas formas o planifican cultivos no en base a las enseñanzas heredadas de sus abuelos labriegos, sino fundamentadas en los avances de la Ciencia. Por supuesto, con frecuencia hallamos que esta nueva forma de hacer agricultura no es necesariamente la mejor posible, pues habitualmente los objetivos perseguidos no tienen en cuenta aspectos problemáticos como la sostenibilidad (algo que, por otro lado, también puede ser abordado desde la Ciencia). Como reacción a esto, se hace cada vez más frecuente por parte de algunos sectores la reivindicación de "los saberes tradicionales" como una alternativa. La realidad es que, si bien es cierto que este tipo de conocimientos es el que ha sostenido a la humanidad durante miles de años, podemos decir que los carga el diablo.

Leyendo la obra "España 1808 1939" del reconocido historiador Raymond Carr, me encontré ayer con un ejemplo de estos "conocimientos tradicionales" con los que conviene ir con cuidado:

«El odio del campesino [español] hacia los árboles es una de las características más curiosas y fidedignamente señaladas de la vida en el campo, con excepción del norte de España: los árboles albergaban a los gorriones, hacían disminuir el trigo y "agotaban" la tierra.»

Para contextualizar la cita, hay que añadir que, en el periodo del que habla el autor, la cobertura forestal española estaba devastada, en gran parte (aunque no exclusivamente) a causa de una agricultura extensiva y poco productiva.

"La Era, o El Verano", bonito cuadro de Goya, para adonar el post.

A buen seguro, del saber tradicional se pueden rescatar conocimientos prácticos que pueden resultar de mucha utilidad, pero veo muy poco conveniente idealizar este modo de comprender el entorno que nos rodea como si fuera la solución a algo, cuando realmente la tradición puede perpetuar durante generaciones errores de bulto como el que se ilustraba unas líneas antes. Al fin, resulta ser el método científico el que nos ofrece las mayores posibilidades de desechar fallos y obtener conocimientos certeros.


5 comentarios:

Multivac42 dijo...

Muy buena reflexión.

Es cierto que, igual que no se puede desdenyar todo el conoicimiento "tradicional" porque hay una parte que es muy válida, tampoco se puede caer en aceptarlo todo, porque nos lleva a aceptar cosas que ahora sabemos que son falsas. Y ahí entra la ciencia, esa herramienta que nos permite distinguir lo que funciona de lo que no.

Muy adecuado también mencionar que el aspecto de la sostenibilidad y el respeto al medio ambiente también pueden abordarse desde un punto de vista científico, ya que muy a menudo se presenta la visión científica como "el malo" de la película, cuando no tiene porqué ser así.

@Fuego_lab dijo...

La cultura que resume esa cita es la causa principal del enfrentamiento histórico entre ingenieros Agrónomos e ingenieros de Montes y una de las principales razones por las que se tuvo que crear el cuerpo de Ingenieros de Montes tan odiado por algunos sectores coservacionistas debido a errores durante el franquismo. Afortunadamente la ciencia esta aunando criterios y las distancias y prejuicios de antaño se van disipando. La ciencia cambia todo aunque debe mirar también a la realidad social que mantiene falsos mitos y tradiciones difíciles de eliminar y por tanto el enfoque de muchas de nuestras investigaciones deberia tener en cuenta. Enhorabuena, gran entrada

Gerardo dijo...

Gracias a ambos por vuestros comentarios.

@Jmadrigalolmo, efectivamente, R.Carr comenta en el mismo libro cómo la mala situación forestal de la Península llegó a resultar una preocupación y acabó derivando en la creación del cuerpo que mencionas.

Poliandrico dijo...

Yo creo que la quimiofobia y el ensalzamiento de lo natural viene de antiguo. Al menos Pío Baroja lo retrataba así, en su Árbol de la Ciencia, donde también sacan a relucir la arborofobia que comentas:

"Pepinito era del Tomelloso, y todo lo refería a su pueblo. El Tomelloso, según él, era la antítesis de Alcolea; Alcolea era lo vulgar, el Tomelloso lo extraordinario; que se hablase de lo que se hablase, Pepinito le decía a Andrés:
—Debía usted ir al Tomelloso. Allí no hay ni un árbol.
—Ni aquí tampoco —le contestaba Andrés, riendo.
—Sí. Aquí algunos —replicaba Pepinito—. Allí todo el pueblo está agujereado por las cuevas para el vino, y no crea usted que son modernas, no, sino antiguas. Allí ve usted tinajones grandes metidos en el suelo. Allí todo el vino que se hace es natural; malo muchas veces, porque no saben prepararlo, pero natural.
—¿Y aquí? —Aquí ya emplean la química —decía Pepinito, para quien Alcolea era un pueblo degenerado por la civilización—; tartratos, campeche, fuchsina, demonios le echan éstos al vino."

Gerardo dijo...

¡Gracias por el aporte, Jacinto! Desde luego es valioso. Hace mucho que leí ese libro; me gustó, pero apenas recuerdo nada de él. En principio aquella fue la época en la que el mundo occidental vivió una gran confianza en las posibilidades de la técnica, pero está claro que el temor a lo "nuevo" siempre ha existido. En el fondo todos somos un poco como esos habitantes de tribus perdidas que cuando se ven fotografiados creen que les han robado el alma.